SPARTATHLON. 20/09/11
Crec que no estic prou a l´alçada per parlar de Spartathlon....Són Paraules Majors però....aquí va.
Els qui estem atrapats dintre d'aquest petit però gran món de la llarga distància, resistència....ja sigui caminant o corrent, ja sabem que la Spartathlon és, diuen, la mare de les curses llargues non-stop.
La cursa té lloc el mes de setembre i és senzillament resseguir el recorregut que va fer a peu el soldat / missatger Filipides fa 2.500 anys des d'Atenes fins a Esparta. A l'igual que aquest hemoródromo (soldat preparat per a llarga distància) s'han de córrer els 245,3 Km que separen les dues ciutats en 36 hores i sense parar, amb uns temps de tall molt radicals. No es d'estranyar que només entre el 30%, 40% de corredors arribin a Esparta.
Fa pocs dies vaig conèixer en Joan Compte......Recordeu aquest nom d'alguna cosa?? .I si dic que des de 1980 i escaig corre llargues distàncies??? Tampoc??? L'any passat, el 2010, va acabar amb 34 h un gran repte, la SPARTATHLON.
En Joan amb un tarannà noble i senzill no dubta de compartir les mil i una preguntes que tinc. Em sento com un nen petit davant del seu mestre. Parlar amb ell és escoltar un llibre obert on s'aprèn de cada paraula sobre una de les coses que més li agraden : córrer llargues distancies.
Us deixo la seva crònica, i qui vulgui pot continuar llegint el seu relat. És fantàstica i crec que s'ha de llegir, "la gallina de pell".
Crònica Spartathlon 2010 de Joan Compte:
(En homenaje al capitán, mi capitán, Pau Oller)
Justificacion:
Justificacion:
Me piden una crónica de una carrera. Me parece totalmente inútil que se muestre lo que he hecho como las hazañas de personajes como Puyol, Messi, Gasol. Pero si este texto hace que una sola persona vea conveniente y oportuno practicar actividad física (deporte individual o de equipo, caminatas, bolos o petanca) de forma moderada y constante cada semana, por favor, seguid leyendo.
Trasfondo
Hace 2500 años Herodoto se disponía a leer en público sus historias. En aquel tiempo, los veteranos de las guerras persas le escuchaban, de modo que si falseaba la verdad sería abucheado delante de todos. Y, entre otras crónicas, precisa una cuanto menos inquietante: “Fidípides, el hemeròdromo ateniense, fue enviado a Esparta a pedir ayuda. Y llegó a Esparta al día siguiente de haber partido de la ciudad de Atenas … ”
Que un militar, de profesión mensajero, pueda llegar a pie a una ciudad a unos 250 km. de distancia en un día y medio o dos es un hecho singular, casi insólito. En realidad, se consideró un mito hasta hace bien poco: en 1982 tres corredores comprobaron que era posible y desde el año siguiente se celebra una de las carreras a pie más agotadoras: la Spartathlon.
Incertidumbre
Este año participo en el Spartathlon. Me he preparado, a conciencia, durante 15 meses. La familia me ha ayudado incondicionalmente. Y hoy (y mañana) es el día de la verdad. Nos hemos conjurado bajo el acrópolis un grupo de 351 corredores. La claridad de la alborada empieza a vislumbrar hacia levante mientras nos movemos entre la emoción y la esperanza. Todos tienen el deseo de terminar, pero también sabemos que cada año sólo llegan al final un tercio escaso de los inscritos.
A las siete, con la salida, Atenas se paraliza. La ciudad que dos horas antes ya comienza a hervir, forma procesiones más allá de sus límites. Y todo el mundo contempla boquiabierto los tres centenares largos de insensatos que pretenden desafiar el calor, el cansancio, la sed, el dolor y el frío. Grecia permite este evento porque es un homenaje a los valores universales de esfuerzo, de superación y también de hermandad entre pueblos que perviven desde la antigüedad clásica. Grecia es, pues, la madre, y eso es un motivo de orgullo para ellos.
Pero ahora que tengo la cabeza clara, me invade una sensación de incertidumbre abrumadora. Es una distancia incógnita aunque con unas variables también desconocidas. Por lo tanto, hay que instaurar, con los compañeros de carrera, un ritmo suave, asequible, tan lento, que incluso cueste seguir.
Porque luego las fuerzas las tendremos que extraer incluso del aire y del sol, y de la frescura de la lluvia y las estrellas de la noche. A la dureza de esta prueba se añade el hecho de terminarla en menos de 36 horas. Y que en cada uno de los 75 controles, se sancionará la llegada con retraso con la salida de carrera: hacia “el autobús de los muertos” (unfinished).
Hace 2500 años Herodoto se disponía a leer en público sus historias. En aquel tiempo, los veteranos de las guerras persas le escuchaban, de modo que si falseaba la verdad sería abucheado delante de todos. Y, entre otras crónicas, precisa una cuanto menos inquietante: “Fidípides, el hemeròdromo ateniense, fue enviado a Esparta a pedir ayuda. Y llegó a Esparta al día siguiente de haber partido de la ciudad de Atenas … ”
Que un militar, de profesión mensajero, pueda llegar a pie a una ciudad a unos 250 km. de distancia en un día y medio o dos es un hecho singular, casi insólito. En realidad, se consideró un mito hasta hace bien poco: en 1982 tres corredores comprobaron que era posible y desde el año siguiente se celebra una de las carreras a pie más agotadoras: la Spartathlon.
Incertidumbre
Este año participo en el Spartathlon. Me he preparado, a conciencia, durante 15 meses. La familia me ha ayudado incondicionalmente. Y hoy (y mañana) es el día de la verdad. Nos hemos conjurado bajo el acrópolis un grupo de 351 corredores. La claridad de la alborada empieza a vislumbrar hacia levante mientras nos movemos entre la emoción y la esperanza. Todos tienen el deseo de terminar, pero también sabemos que cada año sólo llegan al final un tercio escaso de los inscritos.
A las siete, con la salida, Atenas se paraliza. La ciudad que dos horas antes ya comienza a hervir, forma procesiones más allá de sus límites. Y todo el mundo contempla boquiabierto los tres centenares largos de insensatos que pretenden desafiar el calor, el cansancio, la sed, el dolor y el frío. Grecia permite este evento porque es un homenaje a los valores universales de esfuerzo, de superación y también de hermandad entre pueblos que perviven desde la antigüedad clásica. Grecia es, pues, la madre, y eso es un motivo de orgullo para ellos.
Pero ahora que tengo la cabeza clara, me invade una sensación de incertidumbre abrumadora. Es una distancia incógnita aunque con unas variables también desconocidas. Por lo tanto, hay que instaurar, con los compañeros de carrera, un ritmo suave, asequible, tan lento, que incluso cueste seguir.
Porque luego las fuerzas las tendremos que extraer incluso del aire y del sol, y de la frescura de la lluvia y las estrellas de la noche. A la dureza de esta prueba se añade el hecho de terminarla en menos de 36 horas. Y que en cada uno de los 75 controles, se sancionará la llegada con retraso con la salida de carrera: hacia “el autobús de los muertos” (unfinished).
La compañía del sol
Mantenemos un paso comedido recorriendo la costa tortuosa del Ática. Por encima de los astilleros de Skaramangas y hacia la ciudad de Megara, la frescura de la mañana nos empuja con más facilidad de la esperada: la meteorología nos obsequia con un día parcialmente nublado y el aire, que corre con nosotros, bastante benigno.
La gente griega es amable con nosotros y sacan botellas de agua fría que nos obsequian cordialmente. Pero empezamos a encontrar corredores ralentizando el paso, que avanzamos con facilidad. Al mediodía el sol pierde la clemencia y cae a plomo. Y bastantes corredores más caen con él. Los grupos de corredores se estiran y cada vez se encuentran más de descolgados que serán recogidos sin misericordia.
La región mítica
Nos acercamos al istmo por excelencia, el de Corinto y el pueblo de Isthmia. El canal es magnífico y las oscuras aguas verdes contrastan con los tonos ocres de las paredes excavadas a mano.
Primer gran control 81 km.: Me encuentro el americano del bigote charlando sentado. Me dice que se ha retirado en el km. 50 y me pregunta si he llegado corriendo. Al constestar afirmativamente él responde: “Going to Sparti will be a piece of cake for you” (Para ti, ir a Esparta será coser y cantar). En este punto pierdo la incertidumbre. Ya llevo unos 40 minutos de ventaja en el saco y me siento lleno de fuerza. Claro que faltan unos 160 km. pero cada paso me acerca más. Adelante, adelante. Mucha gente, en casa, me sigue las huellas y no quiero desilusionarlos. Dejamos la carretera principal y por la campiña nos acercamos a Corinto. En el control, mientras me nutro, observo el templo. Me fascina la proporción de los capiteles. Y al arrancar de nuevo, me hierve la paradoja: ¿por qué el templo de Corinto es de estilo dórico (y no corintio)?
Media carrera
No es tiempo de divagaciones y nos acercamos al km.100. El sol se prepara para ir a la cama y permite correr bien, pero las mismas piernas ponen freno.
Normalmente establezco una conversación con el cuerpo. Procuro escucharlo y darle lo que necesita. A cambio, yo le exijo, si no es desmesura. Las carreterillas van trepando por márgenes y el crepúsculo va desapareciendo para dar paso al manto negro de la noche. En la noche voy cazando luciérnagas (corredores con frontal) que caminan sin disimular. Mi paso es bueno y hago vía hasta Nemea. La ciudad del león se encuentra en la mitad de la carrera. Y efectivamente, habrá un antes y un después. Me parece que las piernas se merecen que les hagan un regalo y pido que un masajista haga su trabajo lo mejor sepa. Sé que parece suicida, pero al retomar el camino, las piernas lo agradecen. Poco después del pueblo se cumple el vaticinio: descarga un aguacero de proporciones descomunales. Entramos en uno de los pocos caminos de tierra y el agua baja a todo lo ancho, como un torrente. Los corredores se detienen o caminan. Yo procuro evitarlo y huyo hacia adelante, acompañado de un finlandés.
Lucha encarnizada
Ahora ya no valen las medias tintas. Entre él y yo hay una complicidad tácita. Estamos agotando las fuerzas, pero avanzamos corredores y, lo que es mejor, forzamos un paso de hierro. En un momento dado, el finlandés se va. Y me encuentro entre la oscuridad, en medio de ningún lugar.
Adelante, Tomoaki, adelante!
A los 150 km. el monte Parthenio nos observa desafiante. No hay que ceder, porque cada paso nuestro, mina la resistencia del gigante. Cazo otro corredor, Tomoaki, de Japón. Su paso, de desertor, no parece una buena compañía. Pero después de hablar con él, extraemos fuerzas de donde no hay y atacamos la falda y más tarde la cima.
¡Adelante Tomoaki! ¡Sin desmayo! ¡Tu estoicismo es invencible! ¡No te detengas! ¡Mira hasta dónde has llegado! ¡Adelante, adelante! Ambos lo podemos conseguir! ¡Solos no somos nada, pero juntos somos invencibles! ¡Es unidos que lo haremos! ¡No me dejes solo, Tomoaki!
Y él me sigue, obediente.
Poco más tarde, la cima nos sonríe, mientras nos muestra el camino de bajada.
Adiós, Tomoaki. Hasta siempre, Tomoaki!
Abajo en la aldea de Sangas él se queda para que le hagan un masaje. Yo le digo que seguiré adelante, pero que me lo llevaré en mi corazón. La chica del control se pone a llorar emocionada mientras se despiden los guerreros.
La llanura de Arcadia
He pasado página a la parte más complicada. Pero ahora tengo por delante, metafóricamente hablando, un desierto. Un desierto porque estoy solo, y todo depende de mí. Pero es de noche y el fresquito me reaviva. Al ser plano (ni subida ni bajada) los músculos no sufren, pero la energía se agota inexorablemente y paulatinamente. Los pueblos van pasando poco a poco, y el sol viene a encontrarme de nuevo.
Alerta! Amenaza inminente!
He cuidado la nutrición, el descanso y el ritmo, y las piernas me responden mucho mejor de lo que podía haber esperado. Pero, de repente, una punzada en el muslo, sobre la rodilla, hace encender todas las señales de alarma. ¡No puede ser! ¡Todo va tan bien! ¿Qué hago? ¿Sigo? ¿Me paro?
Soy duro de pelar, y creo que puedo forzar el paso y seguir corriendo. Pero esto sería un riesgo y, lo que es más importante, una deslealtad para con mi cuerpo. Había un pacto de no forzar más allá de la zona de peligro. Observo el reloj: llevo casi una hora y cuarenta minutos de ventaja con el tiempo de eliminación. Soy radical: ¡A caminar a con todas mis fuerzas! En realidad llevo un paso de unos 6 km/h que me permite mantener aquel tiempo en cada control. ¡Si no pierdo la cabeza y mantengo el ritmo durante ocho horas más, lo habré conseguido! ¿Ocho horas más? ¡Debo de estar loco!
Donde Fidípides encontró al dios Pan
Y pasado Tegea (léase “Teyea”), retomamos las subidas, esta vez por carretera. Es una buena ocasión para observar el patrón automovilístico griego. Subiendo por estos cerros rocosos, la carretera serpentea haciendo giros constantes. Las autoridades han pintado doble raya continua y ha puesto tacos gruesos sobre ellas. Pues bien, en un momento dado un coche es adelantado por otros dos (tres coches en paralelo) mientras viene uno en sentido contrario. Tengo suerte y es lo suficientemente hábil para esquivarlos a ellos y a mí. No me extraña que haya tantos centenares de capillas junto a la carretera en recuerdo de los difuntos accidentados.
Y sigo solo, en el desierto del roquedal y con el tiempo que no acaba de transcurrir. Por suerte está medio nublado, aunque la piel nos recordará más adelante la acción de los rayos ultravioletas. ¡Qué calor! Ahora empiezo a dudar de que Fidípides encontrara el dios Pan. No será que cogió una pájara como un piano?
¡Esparta! ¡Hacia Esparta!
En la bruma de media tarde, el resol escalda. Pero Esparta se acerca -¿o soy yo?- sin paliativos. Mantengo el tiempo extra de ventaja. ¡Bien! Y como hasta Esparta es de bajada, intento correr un poco. ¡Uau! ¡Qué pinzada en el muslo! Tengo que volver a la marcha. Pero sin saltar mucho, mi paso se acelera y puedo correr. ¡Puedo correr otra vez!
Voy llegando: ya se ven las casas; atravieso por el puente sobre el río Evrotas; voy por la calle principal (¡que larga!) Y giro a derecha y derecha otra vez. Llevo casi dos horas de ventaja: corro más de lo que pensaba. Estoy en el paseo y unos muchachos en bicicleta me siguen hasta que los detiene un policía. En ese momento, un griterío ensordecedor me empuja hacia adelante. La emoción me embarga y las lágrimas no me dejan ver la estatua de Leónidas. Salto los escalones y me planto delante de ella. Pongo los cuatro dedos en el corazón, los beso y con ellos toco los pies de la estatua: ¡He llegado! ¡He completado la Spartathlon!
Epílogo
Y con ello se resumen 34 horas de lucha y 15 meses de preparación.
Alguien podría cuestionar: “¿Ha valido la pena, tanto esfuerzo?” Pues, en resumidas cuentas, yo tenía un reto delante de mí; me he esforzado, he reunido a un puñado de gente a mi alrededor; nos hemos conjurado para conseguir un objetivo, hemos superado un sinfín de dificultades y al final hemos logrado lo que nos proponíamos (y yo también).
¿Vosotros preferiríais sentaros en el sofá o bien lucharíais como guerreros?
"No sé mucho, y de pocas cosas. Por eso soy un maestrillo de escuela. Me gustaría terminar un reloj de madera que empecé. ¡Ah, sí! Corro. A veces menos (100 km), a veces más, (24 horas - 204 km - Spartathlon -245,3 km). Por pura necesidad mística: según como mi ángel de la guarda me acompaña, pero a veces me deja solo."
I per acabar. No sé quants catalans/espanyols, seran a la sortida de la Spartathlon aquest 2011, però si que un dels germans Terés, en Jaume, serà allà. Molta Sort Jaume!!
Video de l'arribada de l'argentí Gerardo al 2010:
Salut, Molta Feina i Gràcies per la visita.
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